Me siento como una funambulista caminando por un hilo de cobre. Veo una red abajo pero cuando me acerco a ella los hilos están rotos. Creo que si caigo, no me sujetarán. Algunos desde arriba parecen enormes y pienso: es casi imposible que se rompan pero a veces me doy cuenta de que los que seguramente conseguirán que no caiga al suelo serán unos hilos finitos que no veo desde arriba pero que son los que aguantarán mi peso.
Que un hilo de la red se rompa es muy fácil. Tanto si lo usas mucho como si no lo usas nada se acaban rayendo. El truco está en cuidarlos día a día, repararlos si no están bien. Ayer pensé que mi red no me aguantará. De momento no necesito que lo haga porque tengo una estupenda barra que me ayuda a cruzar de un lado al otro del abismo, sin embargo, nunca ha estado de más en mi vida sentir ese apoyo de la red ahí, ayudándome y cuidarla yo recíprocamente. No quiero que desaparezca pero quizá sea absurdo que yo cuide la red y que ésta tenga agujeritos cada dos por tres sin que yo, por mucho que me esfuerce, pueda remediarlo.
Odio los días post-juerga y hoy es uno de ellos.