El miércoles fue uno de esos días que se pueden calificar como extraños, esos en los que por la tarde parece que esa mañana ocurrió hace miles de años atrás.
Me desperté con la noticia de que una conocida (hermana de mi tío) había fallecido de sopetón. La noticia, por extraño que parezca, no me impactó demasiado por lo rocambolesco de la vida de la mujer en cuestión. Tomé la decisión de ir al tanatorio (cosa impensable en mí si no es causa de fuerza mayor). Quizá sea que estoy madurando, quizá sea que me hago mayor, quizá sea que sabía que no me iba a encontrar un drama a mi llegada... el caso es que me alegré mucho de haber ido y haber estado con ellos.
Todo esto me hizo reflexionar sobre la precariedad de la vida, lo volátil que es. Esa mujer vivió como quiso, hizo lo que quiso (su situación mental no era del todo sana) y, aunque le costó romper la relación con mucha gente, se fue en paz, satisfecha. Hizo cosas que todos hemos querido hacer alguna vez, pequeñas (o grandes) "locuras": una vez, cogió el ave en Madrid, se fue a escuchar misa a La Macarena en Sevilla y se volvió. Como eso (y mucho más grandes) miles de cosas. Quizá, debamos liberarnos un poco de todo aquello que nos oprime en nuestra cabeza y hacer, de vez en cuando, aquello que realmente nos apetece, queremos y sentimos.
El día pasó por la victoria del Barça en la Champions y acabó conmigo convertida en lenteja dentro de un cocido. El caso es que fue un día extraño pero lleno de sensaciones. No pretendo que este post sea dramático sino todo lo contrario.
Un beso a todos